Historia de México

domingo, 3 de abril de 2011

Transnacionales y corrupción. Excelsior. domingo 14 de noviembre de 2010

 Transnacionales y corrupción. EXCELSIOR.

DOMINGO 14 DE NOVIEMBRE 2010
Apuesto doble contra sencillo a que se hará más ruido en torno a los compradores del IMSS, pero que los vendedores cuyas voces se escuchan en la ahora famosa grabación no serán objeto de mayor escarnio. Menos sus jefes. Y todavía menos la o las empresas transnacionales que estén metidas en el ajo.
Periodista: Agustín Basave.
El reciente escándalo provocado por una grabación que apunta a un negocio sucio con el Instituto Mexicano del Seguro Social ha provocado una gran cantidad de críticas a la corrupción en el gobierno. Todas ellas son justificadas, e incluso se quedan cortas: por cada cloaca gubernamental que se destapa quedan cien sin destapar. Pero toda la atención se ha centrado en la deshonestidad de los funcionarios públicos y casi nada se ha dicho sobre la de los empresarios o directivos privados. Este caso, de hecho, involucra primordialmente a dos representantes de empresas farmacéuticas que parecen estar fraguando el agandaye de una licitación con los consabidos cochupos. Y sin embargo, no veo que la indignación alcance a los sobornadores. Repito: la mayoría de los políticos y de los burócratas merece el repudio de la sociedad por sus incontables corruptelas, pero creo que ya es hora de hablar también de quienes están del otro lado del mostrador.

La verdad es que muchas transnacionales sacan ventaja de México y de los demás países subdesarrollados. En sus países de origen sobornan menos, no por razones éticas sino porque allá es más difícil sobornar. Aquí, además, se aprovechan del rezago legislativo y del vacío de auditoría social. Ejemplos sobran: laboratorios que nos siguen vendiendo medicamentos dañinos que han sido prohibidos por sus agencias regulatorias, mineras que no pagan a nuestro gobierno las regalías que les cobra el fisco de sus sedes originales, bancos que nos cobran mucho más por sus servicios que lo que cobran a sus clientes en Estados Unidos o en Europa, cigarreras que regatean restricciones y advertencias a las que están obligadas por otras leyes, corporativos, en fin, que pagan aquí muchos menos impuestos de los que pagarían en el primer mundo. ¿Por qué lo hacen? Porque pueden, porque se les permite. Porque su propósito es maximizar utilidades y su único límite es la factibilidad.

He dicho muchas veces que en México están dadas las condiciones para hacer rentable la corrupción. La pillería prolifera porque la impunidad la abarata, porque da más beneficios que costos. También he dicho que por eso al individuo le resulta racional actuar de esa manera, aunque la suma de las racionalidades individuales de cómo resultado una irracionalidad colectiva, generando así una sociedad profunda e envilecedoramente irracional. Pero nada de ello resta culpabilidad a los corruptos, provengan del sector público o de la iniciativa privada. El problema es que, mientras los primeros son más visibles y los tenemos muy identificados, a los segundos no les cargamos el estigma de la mala fama.

La deshonestidad se encarece cuando se castiga. El principal castigo debe ser una pena económica o la cárcel o cualquier otra sanción prevista en la ley. Y cuando las autoridades no las aplican, o cuando la ley tiene tantos recovecos que permite a los bribones salirse con la suya, queda el recurso del desprestigio. La ciudadanía puede marcar a los funcionarios deshonrados. Pero si los mexicanos apenas recurrimos a ese recurso con los personajes públicos —el síntoma más claro es que hay varios políticos impresentables a los que sus partidos siguen presentando—, con los hombres de negocios y con sus empleados ni siquiera lo hemos estrenado. Apuesto doble contra sencillo a que se hará más ruido en torno a los compradores del IMSS, pero que los vendedores cuyas voces se escuchan en la ahora famosa grabación no serán objeto de mayor escarnio. Menos sus jefes. Y todavía menos la o las empresas transnacionales que estén metidas en el ajo.

Los sobornados en México son legión, sin duda, pero los sobornadores también. ¿Por qué no señalamos a unos y a otros? Después de todo, ambos son parte de la misma élite corrupta que se reparte el erario —nuestros impuestos— como botín. Los cómplices suelen ser amigos y convivir y disfrutar juntos de los frutos de sus fechorías. Y mientras tanto, los mexicanos nos enojamos y protestamos... pero no mucho. Pronto se nos pasa. Total, sabemos que es el pan de todos los días en nuestro país, que prácticamente todos le entran. Digámoslo sin ambages: no pocos de los críticos tienen usos y costumbres similares. Y al son de que el que esté libre de pecado que arroje la primera denuncia pronto volteamos a ver a otro lado.

Ojalá que empecemos a cambiar. Desde abajo, desde el ámbito social, para impedir que el estercolero de arriba siga ahí. Que una chispa encienda la pradera y nos redima. Que se acabe la simulación, que ya no toleremos las corruptelas como forma de vida. Que el que transe no avance.

TWITTER. Sigamos twitteando reflexiones sobre la parte enferma de nuestra idiosincrasia. Yo soy @abasave y me interesa intercambiar con usted diagnósticos y prescripciones, porque pienso que las redes sociales son un medio propicio para articular la masa crítica de la sanación.

*Director de Posgrado de la Universidad Iberoamericana.

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